Nan Ryan

Marietta, la seductora
Marietta Stone tenía muchos sueños: cantar ópera, ser famosa y viajar por el mundo. Quizá su rico benefactor fuera demasiado protector, pero eso era sólo un pequeño inconveniente que merecía la pena soportar para alcanzar su glorioso futuro.
Un futuro que no incluía ser secuestrada por Cole Heflin, un implacable conspirador que tenía la intención de llevarla al lugar al que había jurado no volver: su casa.
Cole jamás había conocido una mujer que no le gustase o que no estuviera encantado de amar, y Marietta no era diferente en eso, pero no estaba dispuesto a darle la satisfacción de enterarse de lo que sentía por ella. Tenían muchos kilómetros por delante de camino a Texas y varios hombres les seguían la pista. Sin embargo, el mayor peligro era el de dejarse caer en la tentación de la traviesa Marietta.
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La ciudad perdida
Ellen Cornelius sabía muy bien quién era el señor Corey: un timador sin escrúpulos, un sinvergüenza dispuesto a despojar a su anciana tía de su fortuna. Sin embargo, era incapaz de resistirse a su provocativo encanto.
Steve Corey ponía a prueba la reserva de Ellen haciéndole insinuaciones que un caballero jamás haría a una dama. Le encantaba enfurecerla y dejarla perpleja. Se había convertido en el misterioso seductor de sus sueños, y había envuelto en un torbellino de éxtasis a una mujer solitaria y sencilla que había padecido muchos desengaños y decepciones en la vida. Corey se había propuesto seducir a Ellen sin imaginar que su propio corazón se estaba dejando cautivar por ella.
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Entre dos mundos
Shanaco era orgulloso pero tenía un gran corazón, por eso quiso cumplir el último deseo de su abuelo y llevara su reducida tribu de Comanches a la reserva de Fort Sill, Oklahoma, donde estarían a salvo. Él prometió quedarse sólo el tiempo necesario para asegurarse de que su gente sería tratada como merecían, hasta que vio a aquella belleza pelirroja. La rebelde y testaruda Maggie Bankhead había abandonado la seguridad de su hogar para emprender una aventura en el Oeste. Y resultó que enseñar inglés en la reserva era lo más gratificante que había hecho en su vida. Por eso prometió quedarse en Fort Sill para siempre, hasta que conoció al guapísimo guerrero con piel de bronce y unos ojos plateados capaces de adentrarse en su alma.
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El escándalo de la señorita Howard
El muchacho que se había marchado hacía veinte años para luchar junto al ejército confederado era un pobre ingenuo que había perdido todo lo que tenía: la mujer que había jurado esperarlo, el amigo que lo había traicionado... Ahora había vuelto para recuperar lo que le habían arrebatado: su corazón, su alma, todo su mundo.
Laurette Howard también había perdido la inocencia del modo más doloroso cuando le había llegado la noticia de que el hombre al que amaba había muerto en la guerra. Después de casarse con alguien a quien no quería, se conformaba con ayudar a los demás porque sabía que nadie podría curar su pobre corazón roto.
Fue entonces cuando volvió Sutton Vane y puso del revés su mundo y despertó el deseo que tanto tiempo llevaba dormido. No pudo hacer otra cosa que rendirse a una pasión que traería el escándalo a su vida...
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El Amante de la Condesa
Mientras el transatlántico empezaba a hundirse, dos extraños saboreaban sus últimos instantes de vida haciendo apasionadamente el amor. Igualando la furia del huracán que sacudía al buque, la condesa Madeleine Cavendish se entregaba a un criollo guapo como el mismísimo diablo... incapaz de imaginar un destino peor que el de la muerte... incapaz de imaginar que sobreviviría.
Una vez en Nueva Orleans, junto a su prometido, Madeleine intentó olvidar al amante que la hizo caer en la tentación. Pero intentar olvidar a un hombre como Armand De Chevalier era imposible. Sobre todo si él aprovechaba cada oportunidad que se le presentaba para recordarle los momentos que habían compartido.




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